Una y otra vez hube de cohincidir con Pablo, el musico, y tuve que revisar mi juicio acerca de él, porque a Armanda le gustaba y buscaba con afán su compania. Yo me habia pintado a Pablo en mi imaginación como una bonita nulidad, como un pequeño Adonis un tanto vanidoso, como un niño alegre y sin preocupaciones, que toca con placer su trompeta de feria y es facil de gobernar con unas palabras de elogio y con chocolate. Pero Pablo no preguntaba por mis juicios, le eran indiferentes, como mis teorias musicales. Córtes y amable, me escuchaba siempre sonriente, pero no daba nunca mas una verdadera respuesta. En cambio, pareciá que a pesar de todo, había yo exitado su interés. Se esforzaba por agradarme y por demostrarme su amabilidad. Cuando una vez, en una de estos diálagos sin resultados, me irrité y casi me puse grosero, me miró consternado y triste a la cara, me cogió la mano izquierda y me la acarició, y me ofreció una pequeña cajita dorada algo para aspirar, diciendome que me sentiria bien. Pregunte con los ojos a Armanda, ésta me dijo que si con la cabeza y yo lo tomé y aspiré con la nariz. Armanda me contó que Pablo poseía muchos de estos remedios: remedios para aletagar los dolores, para dormir, para producir bellos sueños, para ponerse de buen humor, para enamorarse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario